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Buscaban muchas cosas…, y encontraron drogas

Recuerdo la primera vez que una de mis maestras de primaria sacaba en clase la palabra droga. La reacción de los chavales de la clase estuvo entre el pánico y la incredulidad: ¿cómo iba a haber gente tan torpe como para hacerse tanto daño? Una década más tarde, me tocó conocer bien de cerca que el pánico estaba fundado y que era creíble que había chicos que se destruían a sí mismos, al tiempo que arrastraban a gran parte de su entorno. Las impactantes imágenes de los años 80 de personas enganchadas a la jeringuilla, con rostros marcados inconfundiblemente, inhabilitados para trabajar, para convivir socialmente, convertidos por necesidad en delincuentes profesionales… han quedado atrás como una triste pesadilla. El perfil, la forma de dar la cara, y las repercusiones (personales, familiares, sociales…) de los “yonkys” de entonces evidentemente no son las de hoy, pero no podemos ser muy optimistas, las dependencias de ahora, siguen causando estragos tanto para la persona que las padece como para quienes viven en su entorno. En este comienzo de siglo los consumidores de drogas comparten nuestro trabajo, son vecinos, amigos y, hasta familia nuestra, pero permanecen invisibles pero, aunque la cocaína y todas sus compañías no den la cara de una forma tan cruda y rápida como lo hacía la heroína de entonces, sus efectos a medio y largo plazo no son menos destructivos. La droga, a pesar de todas las campañas preventivas, ha dejado de ser algo temido y está al alcance de cualquier adolescente en sus lugares habituales de ocio cuando no en su tiempo escolar. Más de la mitad de las personas atendidas por la Asociación NOESSO a lo lardo de 2007 habían iniciado su consumo entre los 14 y 18 años. El uso y abuso de las drogas cuenta con un medio facilita el acceso, que ofrece modelos cercanos de consumo, que nos cuentan las mil maravillas de sus efectos y que nos dicen que “no pasa nada”, que ellos lo hacen cuando quieren y que “controlan”. La mitad de los pacientes ingresados en alguno de los programas de tratamiento tenían antecedentes de consumo familiar. Y esto cada vez es más frecuente, porque el consumo ha dejado de ser una conducta rara, se ha extendido, de manera exponencial el número de población afectada. Otro de los rasgos característicos de esta nueva etapa es que ha dejado de ser una adicción selectiva y marginal, llega a las familias de alto estanding y a las de clases más bajas, afecta a profesionales de la salud como a albañiles y agricultores. Sin embargo, en el caso del perfil de las personas atendidas en NOESSO, el denominador común es el abandono o fracaso escolar, más del 50% no han terminado la ESO. ¿Qué está pasando para que fracasen tan estrepitosamente las nuestras campañas de prevención y las alertas sociales? ¿Qué patología social es esta que hace que, en tiempos de tanta abundancia sea necesario un recurso tan alienante como destructor? La respuesta a estas preguntas ni es fácil ni es única. Una cosa sí parece cierta: esta sociedad no parece tener alternativas para las frustraciones y angustias de muchos chicos que encuentran en el consumo de las drogas el refugio y la respuesta que no obtienen por otra vía. Seguimos gastando energías y medios en prevención, inventamos jornadas, talleres, juegos, pero da la impresión que se convierten en motivos de entretenimiento para los jóvenes normalizados y, ni siquiera eso, para aquellos situados en la deriva del fracaso y la exclusión. Quizá debamos hacer una lectura atenta y responsable de la biografía de cualquiera de las personas drogodependientes que conocemos, de las vías por las que llegaron a la dependencia y la exclusión. Cada una de ellas estaba buscaba muchas cosas –reconocimiento, aprecio, salidas,…- y a cambio encontraron drogas. Seguramente en ellas podamos encontrar también las respuestas sociales que necesitamos para ofrecer a los jóvenes de hoy itinerarios de inclusión, de libertad y autonomía personal. Juan Sánchez Miranda Director de NOESSO